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Copyright © 1997 Carlos Parada and Maicar Förlag.

Diálogo de la vocación bibliotecaria
Alejandro E. Parada

La escena se desarrolla en las gradas de un modesto estadio de fútbol. En ese momento los jóvenes deportistas descansan; unos, sentados en el pasto; otros, dispersos, caminan y conversan animadamente a lo largo de la cancha. Dos paisajes opuestos confluyen en el estadio; a un lado, los edificios de la gran ciudad envueltos en una tenue nube de smog; al norte, hacia el otro lado, comienza la pradera, en la cual se observan algunas vacas pastando, un diminuto arroyo y unos cuantos y corpulentos sáuces y plátanos. En una de las últimas gradas, lejos de todos, la Vocación dialoga con un joven.

 

Vocación: Ya es hora. Me he decidido a darte una profesión, pues de algo, necesariamente, se debe vivir; y qué más quieres que vivir de un trabajo bello y al que, sin duda alguna, amarás.
Joven: Es una suerte que te hayas decidido. Todos mis compañeros lo han hecho y yo dudaba en la elección; es más, un día me decidía por una profesión, al siguiente, por otra totalmente opuesta. Y en algunos momentos me confesaba a mí mismo que no quería ser nada: tal confusión me había llevado a pensar que era un inútil y que no servía para oficio alguno.
Vocación: No te preocupes, todos los jóvenes con los que yo converso sienten lo mismo. Crecer, o sea, elegir una profesión, implica angustia e ir perdiendo, gradualmente, la felicidad natural de la infancia. Así pues, creces y te duele. No es otra cosa.
Joven: Es curioso, siempre pensé que crecer implicaba aumentar en felicidad.
Vocación: Ya observarás que no es así. La felicidad es una apariencia, el reflejo de tu futura dicha que nunca llegará. Ella es una aspiración del alma que se concreta en tanto constante aspiración; una vez que crees llegar a la felicidad caes en la cuenta que la dicha fue el esfuerzo por llegar a ella. Estimado amigo: todo es un juego de complacencias e ilusiones. Es por ello que la vocación, es decir, el llamado interior de lo que serás en el futuro, en cierto modo, preanuncia ese juego entre alegría y angustia. Pero vamos, no estamos aquí para hablar de temas filosóficos y existenciales. Estamos aquí para darte tu profesión y para fines prácticos.
Joven: Muy bien, pues estoy ansioso y el corazón me presiona tan violentamente en el pecho que temo que éste ceda en cualquier momento: pronto, dime lo que seré.
Vocación: Serás bibliotecario.
Joven: ¿Bibliotecario?
Vocación: Sí; pero no te quedes mudo y mirando las nubes; si no estás de acuerdo con mi elección, si no te gusta ni satisface esta hermosa profesión, debes decírmelo, pues yo he venido para dialogar contigo sobre este tema.
Joven: No sé que decirte. Hay tantas profesiones en el mundo y, en este momento, la duda me acomete nuevamente. En realidad, espero que no te enojes por ello, preferiría ser cualquier cosa antes que bibliotecario.
Vocación: (Primero habla sin que el joven la escuche). Oh no, qué desgraciadas son las profesiones de tendencia humanista en el mundo moderno. Esta charla va a ser más larga de lo habitual. (Y ahora dirigiéndose hacia él). Muy bien, qué quieres ser si no quieres ser bibliotecario, aquello a lo cual estás destinado.
Joven: ¿Destinado? Creo, sinceramente, que aquí hay una confusión; yo siempre pensé que tenía la más absoluta libertad para elegir mi profesión. Y ahora tú me dices que yo estaba destinado a ese oficio que considero, claro que sin menospreciar, una labor menor y casi insustancial.
Vocación: De eso no hay duda; tú eres, a través de tu vocación y de tus inclinaciones, quien elige el futuro. No te equivoques, eres el jugador que arroja los dados al destino. Entonces, si hablas de que la profesión que has elegido es menor e insustancial, también pensarás que aquel hermoso plátano que crece a la vera del arroyo es algo indigno de la naturaleza y de los hombres; pues en medio de esta vasta y opulenta ciudad y ante la pradera infinita que rodea a ese pequeño árbol, indudablemente, tal como tú dices, no es nada.
Joven: Yo no he querido decir eso; además, tal como lo expresas mis palabras suenan orgullosas y arrogantes.
Vocación: No te avergüences de esos dones divinos que le dan un encanto especial a tu edad. Lo importante es lo que afirmas: que no has querido decir eso. Dime, entonces, ¿qué has querido decir?
Joven: Hay tantos oficios superiores al trabajo de bibliotecario que realmente me fastidia que me arrojes, como un objeto inservible, a sus brazos. Es más, ya siento el ahogo de sus tareas rutinarias y anodinas. Y ya que mi lengua se ha desatado y no tengo miedo de expresarme, debo confesarte, que esperaba que me hicieras abogado, ingeniero o diplomático.
Vocación: Es verdad: todas ellas son hermosas profesiones. Debo decirte, no obstante, que el oficio de bibliotecario, desde el punto de vista humano y vivencial, te deparará mayores alegrías que aquellas otras labores.
Joven: ¿Sabes lo que creo?
Vocación: No.
Joven: Pienso que te gusta engañarme y que acaso te burles de mí. Y que esto que me dices sea un deporte para ti; en definitiva, tengo la certidumbre que te aprovechas de la languidez que caracteriza a los jóvenes.
Vocación: Eso es imposible, yo no puedo engañarte porque formo parte de ti; además, como bien lo sabes, soy tu voz íntima: aquella que viene de tus profundidades ocultas; soy el llamado que no puedes eludir, aunque luches, infructuosamente, por ocultarme bajo una piedra. Es más, mis verdades son más ciertas que tus elucubraciones racionales, pues hablo con el corazón y el alma.
Joven: Está bien, te entiendo. Pero cambia, por favor, la manera de expresarte, pues ya te pareces a mis padres o a otros adultos; en fin, yo sé que no quieres aceptarme tal como soy. Y también observo, pues no soy tonto, que esos dones divinos de la juventud, me refiero a la arrogancia y al orgullo, no son propios, tan solo, de los jóvenes.
Vocación: Esa retórica de tus palabras no nos llevará a ningún puerto; por otra parte, nos aleja de nuestro único propósito: la elección de una profesión. Yo estoy aquí para dialogar contigo, de igual a igual, no para imponerte algo de mi gusto exclusivo. En esta instancia, tenlo en claro, nos jugamos ambos, tú y yo.
Joven: De acuerdo, si quieres ir a la cosas, iremos; pero, debo pedirte una diligencia de tu parte.
Vocación: Soy todo oídos.
Joven: Sé breve, por favor, pues dentro de unos minutos empieza la última parte del partido y yo no me lo quiero perder por nada del mundo.
Vocación: Ten cuidado, seré breve.
Joven: Muy bien, hemos hecho las paces.
Vocación: Lo cual nos lleva de lleno a nuestro asunto.
Joven: Te escucho.
Vocación: Debes, entonces, ser bibliotecario para obtener tres grandes bienes que no te darán otras profesiones. Ellos son, pues tu rostro transparenta una ansiedad la pobreza, el olvido y el servicio a los demás.que quiero dilucidar rápidamente, los siguientes:
Joven: Dios mío, querida vocación, estaba persuadido que éramos amigos y una sola entidad, y no enemigos enfrentados en singular combate. Debes confesar que detrás de tus buenas acciones se esconde un mal oscuro y cruel para mi futuro. Además, reconócelo, obras como si fuéramos dos personas y no una, como tu dices. Pues tu objeto, en última instancia, es matarme de un susto.
Vocación: No volvamos, estimado amigo, a discutir; recuerda que habíamos hecho las paces. Pues si de discutir se trata lo mejor sería dedicarse a caminar por la orilla del arroyo y a disfrutar de la sombra de los árboles, ya que aún restan algunos minutos antes que recomience el partido.
Joven: Realmente no te entiendo; ya sospecho si no existirá entre nosotros una incompresión generacional. De todos modos es de buena educación que conteste a tus demandas, aunque mi urbanismo flaquea ante la perspectiva profesional que me sugieres. Te lo digo en pocas palabras: además de matarme de hambre con tu bendito voto de pobreza y de convertirme en un sirviente de los otros, pretendes, con tu "notable" bibliotecario, destinarme al olvido.
Vocación: En parte es así y en parte no. Te debo, pues, una explicación.
Joven: Pues explícate cuanto antes, pues estoy tentado, a no ser que tú creas lo contrario, a organizar un banquete para festejar mi nueva profesión; fiesta, por supuesto, a la cual estarás invitado.
Vocación: Tu sutil capacidad para la sátira, no cabe duda, es lo que debo agregar ahora al orgullo y arrogancia de los jóvenes. No obstante, ya no puedes eludirme y debes escuchar lo que tengo que decir. De los tres dones, la pobreza es a la cual más se han referido tanto los antiguos como los modernos. Por lo tanto, en este punto, como también en los otros, seguiré a los que antes, con mayor talento y autoridad, han escrito sobre ella.
Joven: Ya me lo figuraba, ahora tienes que apelar a otros para convencerme, lo que demuestra tu insuficiencia intelectual en el asunto.
Vocación: Ni Juvenal ni Persio ni Marcial, de estar ellos aquí, podrían igualarte... Debes saber, pues, que la mayoría de los hombres sólo aspiran, en una búsqueda insaciable no exenta de arrojo y locura desenfrenadas, a obtener riquezas. El oro y el dinero surgen como paradigmas de la existencia humana. Muchos, con tal de conseguirlo, se envilecen, y así cometen robos y asesinatos por tenerlo en sus manos. Su posesión y la avaricia que de él se genera enajena a los hombes, quienes, a consecuencia de ello, pierden, inevitablemete, el ser. Es decir, cuanto más riqueza se acumula más frenesí siente la persona por cuidarla y no perderla, de modo que la vida se torna en calvario por el afán de cuidar lo obtenido. Es así como el alma de aquellos que amontonan riquezas tiende a diluirse, a licuarse como un aliento fétido y malsano; y en la mayoría de los casos, se torna tan pequeña que parece que nunca hubiese morado en esos individuos. (Mirando ahora al campo de juego). ¿Ves allá abajo a tus compañeros o acaso es una ilusión?
Joven: Los veo tan nítidamente como aquellos edificios a lo lejos.
Vocación: Pues bien, cuando acumules todas las riquezas que deseas ya sabrás cuál o cuáles serán tus verdaderos amigos, pues la ventaja de la pobreza es la amistad desinteresada y la mutua inclinación de las personas por sus afinidades y maneras de ser. Muchos de ellos se acercarán a ti esperando algunas migajas de tus cuantiosos bienes. Y no hablemos de tu muerte, pues eso complementa la desdicha que acarrean, como un lastre al cuello, las riquezas.
Joven: Esto ya es demasiado; no sólo me desalientas a no buscar las riquezas sino que, además, ya estás hablando de mi muerte.
Vocación: No te preocupes; no me refería a tu posible muerte, ya que eres muy joven y pronto serás, eso es indiscutible, un bibliotecario con un futuro profesional promisorio y exitoso. Me refería al hecho siguiente: luego de una vida dedicada, afanosamente, a obtener riquezas, al morir, la gente sólo querrá hablar de ti en cuanto a lo que le hubieras dejado materialmente; y una vez cobrado el dinero tu memoria caerá en el más atroz olvido que se pueda imaginar: el olvido sin memoria.
Joven: Estoy de acuerdo en lo que dices, pero me siento tentado a decir que tu exposición carece de lógica o se trata de un discurso trunco. Cuando ya abominaba de acumular riquezas, me comentas que el final de una vida materialista es, tal como el del bibliotecario, el olvido más oscuro. En realidad, me has confundido con ese giro.
Vocación: Debes reparar, querido amigo, con más atención cuando me expreso. He dicho: "olvido sin memoria".
Joven: ¿Acaso no es lo mismo "olvido" con o sin memoria? Pues todos los olvidos no son más que olvidos. ¿O quizá, me lo temo, me saldrás ahora con el viejo mito de las aguas del Leteo?
Vocación: No es así, no te apresures. Veamos esto, pues tu distracción me permite comentar los otros dos dones del bibliotecario: el olvido y el servicio a los demás.
Joven: No puedo entender cómo el olvido puede llegar a seducirme para ser bibliotecario.
Vocación: Ya hemos hablado cómo conviene ser pobre antes que acumular bienes; ahora trataré de explicarte por qué el olvido es uno de los mayores dones que uno puede adquirir a través de una profesión correctamente elegida. (Mirando hacia el arroyo). Ven, mira. ¿Observas ese corpulento plátano que brinda su fresca y húmeda copa a un remanso del arroyo? Pues bien, el bibliotecario es como un árbol.
Joven: No lo puedo creer; esto que dices ya es mi via crucis, ¡ahora termino siendo un árbol! Además, me adelantaré a tus palabras: tratarás de convencerme de que su belleza y su extrordinario porte vegetal son equiparables con la labor del bibliotecario, ¿acaso no estoy en lo cierto?
Vocación: A pesar de ser verdad lo que dices, mi argumento no apuntaba hacia allí. Debo, pues, hacerte una pregunta. ¿Qué recuerdo tendrán los hombres de ese árbol dentro de doscientos años, cuando su madera no sea más que aserrín mezclado con el polvo que en este momento se deposita en sus hojas?
Joven: No lo sé; pensarán que allí existió un árbol y que ahora, en su lugar, crecen los arbustos.
Vocación: No es tan simple lo que dices. Tendrán, sobre todo, no obstante el olvido de ese árbol individual, una clara idea del bien que hizo a la humanidad; pues brindó a los hombres su sombra, su leña, su refugio y su oxígeno, además de contener los vientos, retener el drenaje de la tierra y de ser la morada de los pájaros y de innumerables insectos. Es decir, tendrán memoria de él, una memoria sin olvido; o mejor, un olvido con memoria de su bondad inefable. Así, pues, es el bibliotecario: una fresca y suave hondonada donde se cobija el olvido con memoria.
Joven: ¿Y el servicio a los demás?
Vocación: No es otra cosa que ser uno, servicialmente, en el otro.
Joven: Ya no te comprendo. ¿Acaso quieres decir que el bibliotecario, además de ser un hombre humilde de recursos y un ser destinado a la memoria sin olvido, tiene, por añadidura, una necesidad de ser esclavo de otras personas?
Vocación: Yo no he empleado la palabra "esclavo". Pero si así lo quieres, no me opondré a ello.
Joven: Eres maestra en el arte de la confusión. Cuando me tienes convencido, cuando yo no anhelo otra cosa que ser bibliotecario, agregas un don nuevo que más bien parece un peso que terminará por reducirme a un montón de polvo.
Vocación: El servicio no es más que reconocer la primacía del otro en el uno mismo. Nuestro ser, por intermedio del yo, nos gobierna de tal modo que sólo anhela pensar en él. El bibliotecario es una persona que decide abandonar su mundo, sin renunciar a él, e incursionar en el servicio a los otros. Su oficio y entrega es similar a las actividades que realiza el medico. Éste, cura el cuerpo; aquél, el alma; pues el bibliotecario no es otra cosa que un médico del alma, el intermediario que lleva el alimento del espíritu a los otros. Su servicio va más allá de esas actitudes ancilares, pues el fin último del servicio bibliotecario es ayudar a construir la vida de los otros.
Joven: (Mirando sus manos a contraluz). ¿Será, pues, mi destino servir a los otros?
Vocación: Aún mucho más. El bibliotecario guarda en su corazón una metáfora sólo develada a unos pocos: es la única profesión que ayuda a la gente a crearse y transformarse en otros mediante la lectura. Es por ello que la facultad de dar servicio a los demás es un sedimento divino más relacionado con el misterio que con la condición humana. El bibliotecario, al servir no hace más que compartir una arenilla divina con sus semejantes.
Joven: ¿El bibliotecario, entonces, es la suma de esos tres dones: la pobreza, el olvido con memoria y el servicio?
Vocación: Tal cual como lo hemos visto: es eso y no otra cosa. Y en este modo suyo de ser radica su belleza única e incomparable con otras profesiones, como una flor silvestre en medio de un ramo de orquídeas tropicales.
Joven: Entonces su finalidad última es el Bien; un Bien sencillo y humilde.
Vocación: Así es.
Joven: Sabes una cosa, he nacido para ser bibliotecario.
Vocación: Nunca lo dudé... Y ahora apúrate, pues ya comienza el segundo tiempo.


Alejandro E. Parada.
Investigador del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Secretario de Redacción de la revista "Información, Cultura y Sociedad" especializada en Bibliotecología y Ciencia de la Información. Jefe de la Biblioteca de la Academia Argentina de Letras.
©2001-2002, Alejandro E. Parada
Reproducido con autorización del autor.
El presente texto fue publicado en la revista "Infodiversidad", Vol. 4, 2002, Buenos Aires, Sociedad de Investigaciones Bibliotecológicas