La escena se desarrolla en las gradas de un modesto estadio de fútbol. En ese momento los jóvenes deportistas descansan; unos, sentados en el pasto; otros, dispersos, caminan y conversan animadamente a lo largo de la cancha. Dos paisajes opuestos confluyen en el estadio; a un lado, los edificios de la gran ciudad envueltos en una tenue nube de smog; al norte, hacia el otro lado, comienza la pradera, en la cual se observan algunas vacas pastando, un diminuto arroyo y unos cuantos y corpulentos sáuces y plátanos. En una de las últimas gradas, lejos de todos, la Vocación dialoga con un joven.
Vocación: Ya es hora. Me he
decidido a darte una profesión, pues de
algo, necesariamente, se debe vivir; y qué
más quieres que vivir de un trabajo bello y
al que, sin duda alguna, amarás.
Joven: Es una suerte que te hayas decidido.
Todos mis compañeros lo han hecho y yo
dudaba en la elección; es más, un
día me decidía por una
profesión, al siguiente, por otra totalmente
opuesta. Y en algunos momentos me confesaba a
mí mismo que no quería ser nada: tal
confusión me había llevado a pensar
que era un inútil y que no servía
para oficio alguno.
Vocación: No te preocupes, todos los
jóvenes con los que yo converso sienten lo
mismo. Crecer, o sea, elegir una profesión,
implica angustia e ir perdiendo, gradualmente, la
felicidad natural de la infancia. Así pues,
creces y te duele. No es otra cosa.
Joven: Es curioso, siempre pensé que
crecer implicaba aumentar en felicidad.
Vocación: Ya observarás que no
es así. La felicidad es una apariencia, el
reflejo de tu futura dicha que nunca
llegará. Ella es una aspiración del
alma que se concreta en tanto constante
aspiración; una vez que crees llegar a la
felicidad caes en la cuenta que la dicha fue el
esfuerzo por llegar a ella. Estimado amigo: todo es
un juego de complacencias e ilusiones. Es por ello
que la vocación, es decir, el llamado
interior de lo que serás en el futuro, en
cierto modo, preanuncia ese juego entre
alegría y angustia. Pero vamos, no estamos
aquí para hablar de temas filosóficos
y existenciales. Estamos aquí para darte tu
profesión y para fines prácticos.
Joven: Muy bien, pues estoy ansioso y el
corazón me presiona tan violentamente en el
pecho que temo que éste ceda en cualquier
momento: pronto, dime lo que seré.
Vocación: Serás
bibliotecario.
Joven: ¿Bibliotecario?
Vocación: Sí; pero no te
quedes mudo y mirando las nubes; si no estás
de acuerdo con mi elección, si no te gusta
ni satisface esta hermosa profesión, debes
decírmelo, pues yo he venido para dialogar
contigo sobre este tema.
Joven: No sé que decirte. Hay tantas
profesiones en el mundo y, en este momento, la duda
me acomete nuevamente. En realidad, espero que no
te enojes por ello, preferiría ser cualquier
cosa antes que bibliotecario.
Vocación: (Primero habla sin que el
joven la escuche). Oh no, qué desgraciadas
son las profesiones de tendencia humanista en el
mundo moderno. Esta charla va a ser más
larga de lo habitual. (Y ahora dirigiéndose
hacia él). Muy bien, qué quieres ser
si no quieres ser bibliotecario, aquello a lo cual
estás destinado.
Joven: ¿Destinado? Creo, sinceramente,
que aquí hay una confusión; yo
siempre pensé que tenía la más
absoluta libertad para elegir mi profesión.
Y ahora tú me dices que yo estaba destinado
a ese oficio que considero, claro que sin
menospreciar, una labor menor y casi
insustancial.
Vocación: De eso no hay duda;
tú eres, a través de tu
vocación y de tus inclinaciones, quien elige
el futuro. No te equivoques, eres el jugador que
arroja los dados al destino. Entonces, si hablas de
que la profesión que has elegido es menor e
insustancial, también pensarás que
aquel hermoso plátano que crece a la vera
del arroyo es algo indigno de la naturaleza y de
los hombres; pues en medio de esta vasta y opulenta
ciudad y ante la pradera infinita que rodea a ese
pequeño árbol, indudablemente, tal
como tú dices, no es nada.
Joven: Yo no he querido decir eso;
además, tal como lo expresas mis palabras
suenan orgullosas y arrogantes.
Vocación: No te avergüences de
esos dones divinos que le dan un encanto especial a
tu edad. Lo importante es lo que afirmas: que no
has querido decir eso. Dime, entonces,
¿qué has querido decir?
Joven: Hay tantos oficios superiores al
trabajo de bibliotecario que realmente me fastidia
que me arrojes, como un objeto inservible, a sus
brazos. Es más, ya siento el ahogo de sus
tareas rutinarias y anodinas. Y ya que mi lengua se
ha desatado y no tengo miedo de expresarme, debo
confesarte, que esperaba que me hicieras abogado,
ingeniero o diplomático.
Vocación: Es verdad: todas ellas son
hermosas profesiones. Debo decirte, no obstante,
que el oficio de bibliotecario, desde el punto de
vista humano y vivencial, te deparará
mayores alegrías que aquellas otras
labores.
Joven: ¿Sabes lo que creo?
Vocación: No.
Joven: Pienso que te gusta engañarme
y que acaso te burles de mí. Y que esto que
me dices sea un deporte para ti; en definitiva,
tengo la certidumbre que te aprovechas de la
languidez que caracteriza a los jóvenes.
Vocación: Eso es imposible, yo no
puedo engañarte porque formo parte de ti;
además, como bien lo sabes, soy tu voz
íntima: aquella que viene de tus
profundidades ocultas; soy el llamado que no puedes
eludir, aunque luches, infructuosamente, por
ocultarme bajo una piedra. Es más, mis
verdades son más ciertas que tus
elucubraciones racionales, pues hablo con el
corazón y el alma.
Joven: Está bien, te entiendo. Pero
cambia, por favor, la manera de expresarte, pues ya
te pareces a mis padres o a otros adultos; en fin,
yo sé que no quieres aceptarme tal como soy.
Y también observo, pues no soy tonto, que
esos dones divinos de la juventud, me refiero a la
arrogancia y al orgullo, no son propios, tan solo,
de los jóvenes.
Vocación: Esa retórica de tus
palabras no nos llevará a ningún
puerto; por otra parte, nos aleja de nuestro
único propósito: la elección
de una profesión. Yo estoy aquí para
dialogar contigo, de igual a igual, no para
imponerte algo de mi gusto exclusivo. En esta
instancia, tenlo en claro, nos jugamos ambos,
tú y yo.
Joven: De acuerdo, si quieres ir a la cosas,
iremos; pero, debo pedirte una diligencia de tu
parte.
Vocación: Soy todo oídos.
Joven: Sé breve, por favor, pues
dentro de unos minutos empieza la última
parte del partido y yo no me lo quiero perder por
nada del mundo.
Vocación: Ten cuidado, seré
breve.
Joven: Muy bien, hemos hecho las paces.
Vocación: Lo cual nos lleva de lleno
a nuestro asunto.
Joven: Te escucho.
Vocación: Debes, entonces, ser
bibliotecario para obtener tres grandes bienes que
no te darán otras profesiones. Ellos son,
pues tu rostro transparenta una ansiedad la
pobreza, el olvido y el servicio a los
demás.que quiero dilucidar
rápidamente, los siguientes:
Joven: Dios mío, querida
vocación, estaba persuadido que
éramos amigos y una sola entidad, y no
enemigos enfrentados en singular combate. Debes
confesar que detrás de tus buenas acciones
se esconde un mal oscuro y cruel para mi futuro.
Además, reconócelo, obras como si
fuéramos dos personas y no una, como tu
dices. Pues tu objeto, en última instancia,
es matarme de un susto.
Vocación: No volvamos, estimado
amigo, a discutir; recuerda que habíamos
hecho las paces. Pues si de discutir se trata lo
mejor sería dedicarse a caminar por la
orilla del arroyo y a disfrutar de la sombra de los
árboles, ya que aún restan algunos
minutos antes que recomience el partido.
Joven: Realmente no te entiendo; ya sospecho
si no existirá entre nosotros una
incompresión generacional. De todos modos es
de buena educación que conteste a tus
demandas, aunque mi urbanismo flaquea ante la
perspectiva profesional que me sugieres. Te lo digo
en pocas palabras: además de matarme de
hambre con tu bendito voto de pobreza y de
convertirme en un sirviente de los otros,
pretendes, con tu "notable" bibliotecario,
destinarme al olvido.
Vocación: En parte es así y en
parte no. Te debo, pues, una
explicación.
Joven: Pues explícate cuanto antes,
pues estoy tentado, a no ser que tú creas lo
contrario, a organizar un banquete para festejar mi
nueva profesión; fiesta, por supuesto, a la
cual estarás invitado.
Vocación: Tu sutil capacidad para la
sátira, no cabe duda, es lo que debo agregar
ahora al orgullo y arrogancia de los
jóvenes. No obstante, ya no puedes eludirme
y debes escuchar lo que tengo que decir. De los
tres dones, la pobreza es a la cual más se
han referido tanto los antiguos como los modernos.
Por lo tanto, en este punto, como también en
los otros, seguiré a los que antes, con
mayor talento y autoridad, han escrito sobre
ella.
Joven: Ya me lo figuraba, ahora tienes que
apelar a otros para convencerme, lo que demuestra
tu insuficiencia intelectual en el asunto.
Vocación: Ni Juvenal ni Persio ni
Marcial, de estar ellos aquí, podrían
igualarte... Debes saber, pues, que la
mayoría de los hombres sólo aspiran,
en una búsqueda insaciable no exenta de
arrojo y locura desenfrenadas, a obtener riquezas.
El oro y el dinero surgen como paradigmas de la
existencia humana. Muchos, con tal de conseguirlo,
se envilecen, y así cometen robos y
asesinatos por tenerlo en sus manos. Su
posesión y la avaricia que de él se
genera enajena a los hombes, quienes, a
consecuencia de ello, pierden, inevitablemete, el
ser. Es decir, cuanto más riqueza se acumula
más frenesí siente la persona por
cuidarla y no perderla, de modo que la vida se
torna en calvario por el afán de cuidar lo
obtenido. Es así como el alma de aquellos
que amontonan riquezas tiende a diluirse, a
licuarse como un aliento fétido y malsano; y
en la mayoría de los casos, se torna tan
pequeña que parece que nunca hubiese morado
en esos individuos. (Mirando ahora al campo de
juego). ¿Ves allá abajo a tus
compañeros o acaso es una
ilusión?
Joven: Los veo tan nítidamente como
aquellos edificios a lo lejos.
Vocación: Pues bien, cuando acumules
todas las riquezas que deseas ya sabrás
cuál o cuáles serán tus
verdaderos amigos, pues la ventaja de la pobreza es
la amistad desinteresada y la mutua
inclinación de las personas por sus
afinidades y maneras de ser. Muchos de ellos se
acercarán a ti esperando algunas migajas de
tus cuantiosos bienes. Y no hablemos de tu muerte,
pues eso complementa la desdicha que acarrean, como
un lastre al cuello, las riquezas.
Joven: Esto ya es demasiado; no sólo
me desalientas a no buscar las riquezas sino que,
además, ya estás hablando de mi
muerte.
Vocación: No te preocupes; no me
refería a tu posible muerte, ya que eres muy
joven y pronto serás, eso es indiscutible,
un bibliotecario con un futuro profesional
promisorio y exitoso. Me refería al hecho
siguiente: luego de una vida dedicada,
afanosamente, a obtener riquezas, al morir, la
gente sólo querrá hablar de ti en
cuanto a lo que le hubieras dejado materialmente; y
una vez cobrado el dinero tu memoria caerá
en el más atroz olvido que se pueda
imaginar: el olvido sin memoria.
Joven: Estoy de acuerdo en lo que dices,
pero me siento tentado a decir que tu
exposición carece de lógica o se
trata de un discurso trunco. Cuando ya abominaba de
acumular riquezas, me comentas que el final de una
vida materialista es, tal como el del
bibliotecario, el olvido más oscuro. En
realidad, me has confundido con ese giro.
Vocación: Debes reparar, querido
amigo, con más atención cuando me
expreso. He dicho: "olvido sin memoria".
Joven: ¿Acaso no es lo mismo "olvido"
con o sin memoria? Pues todos los olvidos no son
más que olvidos. ¿O quizá, me lo
temo, me saldrás ahora con el viejo mito de
las aguas del Leteo?
Vocación: No es así, no te
apresures. Veamos esto, pues tu distracción
me permite comentar los otros dos dones del
bibliotecario: el olvido y el servicio a los
demás.
Joven: No puedo entender cómo el
olvido puede llegar a seducirme para ser
bibliotecario.
Vocación: Ya hemos hablado
cómo conviene ser pobre antes que acumular
bienes; ahora trataré de explicarte por
qué el olvido es uno de los mayores dones
que uno puede adquirir a través de una
profesión correctamente elegida. (Mirando
hacia el arroyo). Ven, mira. ¿Observas ese
corpulento plátano que brinda su fresca y
húmeda copa a un remanso del arroyo? Pues
bien, el bibliotecario es como un árbol.
Joven: No lo puedo creer; esto que dices ya
es mi via crucis, ¡ahora termino siendo un
árbol! Además, me adelantaré a
tus palabras: tratarás de convencerme de que
su belleza y su extrordinario porte vegetal son
equiparables con la labor del bibliotecario,
¿acaso no estoy en lo cierto?
Vocación: A pesar de ser verdad lo
que dices, mi argumento no apuntaba hacia
allí. Debo, pues, hacerte una pregunta.
¿Qué recuerdo tendrán los
hombres de ese árbol dentro de doscientos
años, cuando su madera no sea más que
aserrín mezclado con el polvo que en este
momento se deposita en sus hojas?
Joven: No lo sé; pensarán que
allí existió un árbol y que
ahora, en su lugar, crecen los arbustos.
Vocación: No es tan simple lo que
dices. Tendrán, sobre todo, no obstante el
olvido de ese árbol individual, una clara
idea del bien que hizo a la humanidad; pues
brindó a los hombres su sombra, su
leña, su refugio y su oxígeno,
además de contener los vientos, retener el
drenaje de la tierra y de ser la morada de los
pájaros y de innumerables insectos. Es
decir, tendrán memoria de él, una
memoria sin olvido; o mejor, un olvido con memoria
de su bondad inefable. Así, pues, es el
bibliotecario: una fresca y suave hondonada donde
se cobija el olvido con memoria.
Joven: ¿Y el servicio a los
demás?
Vocación: No es otra cosa que ser
uno, servicialmente, en el otro.
Joven: Ya no te comprendo. ¿Acaso
quieres decir que el bibliotecario, además
de ser un hombre humilde de recursos y un ser
destinado a la memoria sin olvido, tiene, por
añadidura, una necesidad de ser esclavo de
otras personas?
Vocación: Yo no he empleado la
palabra "esclavo". Pero si así lo quieres,
no me opondré a ello.
Joven: Eres maestra en el arte de la
confusión. Cuando me tienes convencido,
cuando yo no anhelo otra cosa que ser
bibliotecario, agregas un don nuevo que más
bien parece un peso que terminará por
reducirme a un montón de polvo.
Vocación: El servicio no es
más que reconocer la primacía del
otro en el uno mismo. Nuestro ser, por intermedio
del yo, nos gobierna de tal modo que sólo
anhela pensar en él. El bibliotecario es una
persona que decide abandonar su mundo, sin
renunciar a él, e incursionar en el servicio
a los otros. Su oficio y entrega es similar a las
actividades que realiza el medico. Éste,
cura el cuerpo; aquél, el alma; pues el
bibliotecario no es otra cosa que un médico
del alma, el intermediario que lleva el alimento
del espíritu a los otros. Su servicio va
más allá de esas actitudes ancilares,
pues el fin último del servicio
bibliotecario es ayudar a construir la vida de los
otros.
Joven: (Mirando sus manos a contraluz).
¿Será, pues, mi destino servir a los
otros?
Vocación: Aún mucho
más. El bibliotecario guarda en su
corazón una metáfora sólo
develada a unos pocos: es la única
profesión que ayuda a la gente a crearse y
transformarse en otros mediante la lectura. Es por
ello que la facultad de dar servicio a los
demás es un sedimento divino más
relacionado con el misterio que con la
condición humana. El bibliotecario, al
servir no hace más que compartir una
arenilla divina con sus semejantes.
Joven: ¿El bibliotecario, entonces, es
la suma de esos tres dones: la pobreza, el olvido
con memoria y el servicio?
Vocación: Tal cual como lo hemos
visto: es eso y no otra cosa. Y en este modo suyo
de ser radica su belleza única e
incomparable con otras profesiones, como una flor
silvestre en medio de un ramo de orquídeas
tropicales.
Joven: Entonces su finalidad última
es el Bien; un Bien sencillo y humilde.
Vocación: Así es.
Joven: Sabes una cosa, he nacido para ser
bibliotecario.
Vocación: Nunca lo dudé... Y
ahora apúrate, pues ya comienza el segundo
tiempo.
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