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La Biblioteca de Alejandría: el tiempo reencontrado
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The Library of Alexandria: Time recovered
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por Alejandro E.
Parada
"(...)
declaran los infieles que si ardiera,
ardería la historia. Se equivocan.
Las vigilias humanas engendraron
los infinitos libros. Si de todos
no quedara uno solo, volverían
a engendrar cada hoja y cada línea,
cada trabajo y cada amor de Hércules,
cada lección de cada manuscrito (...)
Jorge Luis Borges, 1899-1986,
"Alejandría, 641 A. D.", en Historia de la noche (1977)
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Como las
bibliotecas son una obra humana, posiblemente,
compartan algunas de las características del
hombre signadas por el orgullo, la vanidad y la
apropiación. Siempre se ha observado a esas
instituciones como una de las obras mayores de la
humanidad: construcciones que propician el
diálogo entre muertos y vivos, las voces con
las que se conserva y transmite una parte
significativa del conocimiento humano. Todos
estamos de acuerdo en este punto. Preservar y
diseminar aquello que pensaron los que nos
precedieron es una misión indefinible. Sin
embargo, este romanticismo bibliotecario suele
ocultar otras realidades que no son menos ciertas.
La Historia del Libro y de las Bibliotecas no
constituye, en forma exclusiva, el discurso de
nuestro amor por el conocimiento y el culto por la
palabra escrita. Las bibliotecas fueron, son y
serán, un territorio donde se enfrentan
nuestras pasiones. Toda estructura bibliotecaria,
cualquiera sea su período histórico,
se encuentra ceñida por factores tales como
la tecnología de la época, el
desarrollo económico de las sociedades que
las sustentan y, fundamentalmente, por el planteo
político de lo que se espera de ellas.
Además, las bibliotecas a menudo fueron
centros de poder silenciosos con la capacidad de
imponerse en momentos críticos.
La Biblioteca de Alejandría, modelo
mítico de lo mejor del hombre, no escapa a
su sentido pasional y a sus circunstancias de
dominio. Mucho de lo que hicieron sus autoridades,
soberanos y bibliotecarios, estaba sostenido por
una sed insaciable de domeñar "lo otro" para
hacerlo propio.
No se trata de una visión moral, de un
límite entre lo que se debe franquear y lo
que no se debe hacer; más bien, las
necesidades toman su senda natural: las
instituciones obran, en muchas ocasiones, como
individuos. La Biblioteca de Alejandría
constituyó un repositorio documental
fascinante de la Antigüedad, una
síntesis de lo que somos: cazadores y
guerreros más o menos esclavizados por
nuestros intereses. Lo realmente importante es la
variedad de esos intereses que se agrupan en un
solo haz con el odio y con el amor por el
conocimiento. En las bibliotecas se reúnen
varias de nuestras improntas, como los ríos
que forman un laberíntico delta.
La Biblioteca de Alejandría no
sólo posee un carisma seductor sino que,
además, encierra la noción de lo
inefable. Su origen, su fundación, su
desarrollo, su esplendor, su decadencia y su
trágica e inasible desaparición
conviven con la dimensión religiosa del
misterio.
Pero es necesario recuperar el ámbito
creador ante la ausencia de pruebas con respecto a
este mítico acervo textual. La carencia de
evidencias debe fomentar las habilidades para
trazar el itinerario de su aventura. El devenir de
los tiempos pasados nos dice que la Biblioteca de
Alejandría es la candidata ideal para
aplicar la expresión de Francisco
Sánchez: quod nihil scitur. Esto es
"que nada se sabe" de ella, salvo por documentos
indirectos.
Las historias sobre la historia de esta
Biblioteca hacen referencia a varios testimonios.
Enumerar algunos no es ocioso, pues su existencia
se instrumenta desde la Bibliografía. La
gestación de su discurso histórico
apela a la avidez con que los historiadores
construyeron este tejido heterogéneo de
citas bibliográficas.
Por esa razón, o por otras inexplicables,
siempre existirán varias historias de la
Biblioteca de Alejandría. Su
historiografía emerge de la capacidad
imaginativa del historiador para revisitarla desde
nuevos ángulos. El discurso narrativo ha
fomentado el mito de lo que hoy sabemos de esa
notable Biblioteca. De modo que, en el momento de
pensar en sus cientos de miles de rollos, no
hacemos otra cosa que desplegar ante nuestros ojos
la textura de las citas bibliográficas que
le dieron vida.
Estas fuentes basadas en testimonios escritos
son muy limitadas. En realidad constituyen, tal
como lo ha señalado P. M. Fraser, datos
"fuertemente discutibles". Cuatro, entre muchas,
tienen importancia. La Carta de Aristeas a
Filócrates redactada, probablemente, en
el siglo II a. C. Los comentarios del bizantino
Tzetzes (siglo XII), traducidos al latín en
un escolio a Plauto por un escriba del siglo XV y
que fueran tomados de la obra Prolegómenos a Aristófanes. La
enciclopedia de Suda o Suidas formada
por un heterogéneo conjunto de informaciones
que, al parecer, se basó en fuentes
heredadas de la época de Alejandría.
Y finalmente, los famosos papiros de
Oxirrinco, donde se reproduce una lista con los
nombres de los directores de la Biblioteca de
Alejandría. En todas estas fuentes se
mencionan, en forma oscura, varias
características de la Biblioteca. A partir
de ellas, sin pruebas fehacientes, debemos urdir en
el tiempo, casi mágicamente, una ficción bibliográfica: un
relato controlado históricamente que
retomarán otros autores de la
Antigüedad. Algunos, no obstante, con
verdadero conocimiento del lugar, como el caso de
Herodas y Estrabón, quienes mencionan al
Museo pero no a la Biblioteca, agregando así
una nueva ambivalencia al tema.
Aún hay más elementos
equívocos que sumar. No se sabe, a ciencia
cierta, si la Biblioteca contó con un
edificio especial en el Bruquión, el selecto
barrio palaciego donde se hallaba el Museo o si
constituyó una dependencia dentro de
éste. La relatividad histórica y el
subjetivismo, sin dejar de lado la capacidad de
cada investigador para generar una prosa capaz de
unir estos datos en una forma atractiva (tal como
lo ha hecho Luciano Canfora) hacen de la Biblioteca
de Alejandría algo similar a un relato.
En esta instancia cabe la pregunta siguiente:
¿la Biblioteca de Alejandría
existió como hoy la presentamos o fue una
entidad distinta? En realidad, nunca lo
sabremos. Lo que podemos afirmar es que la
Biblioteca, tal como hoy la regeneramos en nuestro
imaginario, no es más que una utopía retrospectiva, "un modelo para
armar" desde nuestro presente hacia los laberintos
del pasado. Un juego que rememora las
supercherías literarias de Jorge Luis Borges
o las variaciones de Julio Cortázar en Rayuela.
Estos ecos que nos llegan desde el fondo del
tiempo y arman su propia urdimbre con la
actualidad, sugieren una simple idea: si la
Biblioteca de Alejandría no hubiera existido
nos habríamos ingeniado para crearla.
Esta sensación es tan inquietante como su
propio destino. Existe, pues, la posibilidad de que
su historia forme parte de una tradición
signada por varias vertientes, tanto
filosóficas como existenciales, en donde el
acontecer de la Biblioteca no fuera más que
una ensoñación bibliotecaria. Tal vez
nos hemos precipitado en una metáfora sobre
el conocimiento humano.
En este punto reaparece el concepto
mítico que envuelve a la Biblioteca de
Alejandría. El mito que osadamente plantea
que haya sido una elaboración a posteriori,
una gestación ideal de lo que debió
ser la universalidad del conocimiento en una Edad
Dorada. Dentro de este concepto, el modelo para
armar de la Biblioteca de Alejandría no
sería otra cosa que la reconstrucción
conjetural de un paradigma bibliotecario.
Es como si la Biblioteca oscilara entre dos
esferas aparentemente opuestas. Pues esta notable
colección de libros necesitó del
universo irreal, apoyado indudablemente en la
realidad, para construir ese andamiaje que fue la
Biblioteca de Alejandría. Pero es justamente
ese universo irreal de aspectos
míticos y tradiciones narrativas, más
que los hechos comprobados, el que nos invita a
otorgarle a la Biblioteca su encanto inmarcesible.
Los hechos que rodean a esta aventura
bibliotecaria de la Antigüedad son tan
apasionantes como los de un relato ficticio. La
materia con que se cuenta para elaborar la
"textualidad" de la Biblioteca es sumamente rica.
No sabemos, fehacientemente, si su fundador fue
Tolomeo I Soter o Tolomeo II Filadelfo; ignoramos
el orden exacto de los bibliotecarios
(próstates o bibliofylax) que
dirigieron los destinos de la Biblioteca
(¿Demetrio de Falero?, Zenódoto de
Efeso, Apolonio de Rodas, Eratóstenes,
Aristófanes de Bizancio, Apolonio de
Alejandría, Aristarco, etc.). Poco podemos
afirmar, salvo a través de suposiciones,
sobre los libros que formaban parte de la
colección; sin considerar, por otra parte,
el constante debatir de la cantidad de rollos de su
patrimonio. También ignoramos el significado
preciso de las palabras symmigeîs y
amigeîs con las cuales se
dividía físicamente la
colección. Sólo podemos hacer algunas
posibles suposiciones sobre el uso de los famosos
catálogos denominados pínakes.
Y cerrando este conjunto de dudas, el fatal
desconcierto de su final, donde se mezclan, en una
extraña secuencia, el incendio que
ocasionó Julio César y que
devoró parte de sus existencias, y la
clásica devastación por la
intolerancia religiosa de cristianos y musulmanes,
sin descontar la desidia de autoridades y
funcionarios palaciegos.
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Libraries being a human creation possibly share some of those human features marked by pride, vanity, and the sense of property. These institutions have always been regarded as among the greatest works of humanity: they are constructions facilitating the dialogue between the dead and the living, whose voices make it possible to preserve significant sections of human knowledge. There is a general agreement about this. To preserve and spread the thoughts of our ancestors is an indefinable mission. However, this romanticism usually conceals other realities which are not less certain.
The History of books and libraries does not
constitute by itself the totality of our
discoursewith its love of knowledge and its
cult of the written word. The libraries have been,
are, and will be the territory where our passions
confront each other. The structure of any library,
regardless of the historical period, is surrounded
by factors such as the technology of its time, the
degree of economical development of the community
supporting it and, particularly, the political
expectations concerning them. In addition,
libraries have often been silent centers of power
which possessed the ability to impose themselves in
critical moments.
The Library of Alexandria, mythical model of the
best of man, cannot escape the passions and sense
of power of men. Much of what its authorities,
rulers, and librarians did, derived from an
unquenchable thirst of dominating "the other" and
conquer him.
This is neither a moral vision, nor the
delineation of a limit between what should or not
be done; rather, the needs take a natural road:
institutions act, on many occasions, like
individuals. The Library of Alexandria constituted,
during Antiquity, a fascinating repository of
documents, a synthesis of what we are: hunters and
warriors more or less enslaved by our own
interests. What is really important is the variety
of those interests which could be bundled together
with our hate and our love of knowledge. Several of
our marks and footprints are gathered in the
libraries, resembling those rivers that form a
labyrinthine delta.
The Library of Alexandria not only has a
seductive charisma, but also encloses the notion of
the ineffable. Its origin, its foundation, its
development, its splendor, its decadence, as well
as its tragic and inexplicable disappearance,
coexist with the religious dimension of mystery.
But it is necessary to recover a creative
atmosphere in front of the absence of evidences
regarding this mythic textual store. The lack of
evidences should stimulate the abilities that could
trace the itinerary of its adventure. The course of
time tells us that the Library of Alexandria is the
ideal candidate for applying Francisco
Sánchez's expression: quod nihil
scitur. That is, "that nothing is known" about
her, except by indirect documents.
The tales on the history of this Library refer
to several testimonies. It is not idle to enumerate
some of them, since their existence is implemented
by the Bibliography. The gestation of its
historical discourse turns towards the eagerness
with which the historians built this heterogeneous
tissue of bibliographical references.
For this reason, or for others that could be
inexplicable, there will always exist several
histories of the Library of Alexandria. Its
historiography emerges from the historian's
imagination and capacity to revisit it under new
lights. The narrative discourse has promoted the
myth of what we know about this remarkable Library.
So, when thinking about its hundreds of thousands
of rolls, we just spread before our eyes the
texture of those bibliographical references that
gave it life.
The sources based in written testimonies are
very limited. In reality, they constitute, as P. M.
Fraser pointed out "highly controversial" data.
Four of them, among many, are important. The
Letter of Aristeas, probably written in the 2nd
century BC. The commentaries of Tzetzes (12th
century), translated into Latin by a scribe from
the 15th century in a scholium to Plautus, and that
were taken from the Prolegomena to Commentary on
Aristophanes. The encyclopaedia
Sudaa heterogeneous body of
informationwhich was apparently based in
sources bequeathed by the Alexandrian times. And
finally, the famous Oxyrhynchus Papyrus,
which contained a list reproducing the names of the
heads of the Library of Alexandria. All these
sources mention, in an obscure manner, the features
of the Library. It is based on them, and lacking
conclusive evidences, that we must contrive through
time, in a quasi-magical way, a bibliographical
fiction, a narration historically checked which
other ancient authors may resume. Some of them,
however, have a real knowledge of the site, as
Herodes and Strabo, who mention the Museum but not
the Library, thus adding yet an ambivalence to the
subject.
Still other ambiguous elements could be added.
It is not definitively known whether the Library
had its own building in the Bruchium, the
distinguished palace area where the Museum stood,
or if it constituted a mere department within the
latter. The historical relativism and subjectivism
along with every researcher's capacity to generate
a prose able to combine data in an attractive way
(as Luciano Canfora has done) transform the history
of the Library of Alexandria into something
resembling a tale.
Here we may ask: Has the Library of Alexandria
existed in the way we usually present it, or was it
rather a different entity? In reality, we shall
never know. But we may affirm that the
Librarysuch as we regenerate it in our
imagination, is just a retrospective utopia,
"a building kit" going from our present to the
labyrinths of the past. A game recalling the
literary tricks of Jorge Luis Borges, or Julio
Cortázar's variations in his Rayuela.
These echoes that come from the depths of time,
building its own contrivances with the present
time, suggest a simple idea: If the Library of
Alexandria had not existed, we would have invented
it. This feeling is as disquieting as its own fate.
For there is a possibility that our history is part
of a tradition marked by several
currentsphilosophical and existentialin
which the life of the Library resembles a dream. We
might have plunged into a metaphor of human
knowledge.
Here the mythical concept enshrouding the
Library of Alexandria reappears, and suggests with
audacity that we are in front of an elaboration of
later times, an ideal gestation of what might have
been the universality of knowledge in a Golden Age.
Within this concept, the "building kit" of the
Library of Alexandria would just be the conjectural
reconstruction of a paradigm.
It is as if the Library oscillated between two
apparently opposite spheres, since this remarkable
collection of books needed the imagined
universethough indeed supported by
realityin order to construct the scaffolding
that came to be known as the Library of Alexandria.
But it is precisely this imagined
universefilled with mythical aspects and
narrative traditionswhich invites us, more
than the proved facts, to ascribe to the Library an
unwithering allurement.
The facts surrounding this ancient adventure are
as engaging as those of a fictive account. The
material available for the recognition of the
Library's body of texts is extremely rich. But we
cannot know for certain if its founder was Ptolemy
Soter or Ptolemy Philadelphus. Likewise, we ignore
the exact order of the librarians (prostates
or bibliophylax), who ruled the affairs of
the Library (Demetrius of Phaleron, Zenodotus,
Apollonius Rhodius, Eratosthenes, Aristophanes of
Byzantium, Apollonius the Eidograph, Aristarchus,
etc.). We can say very littleexcept through
guesseson the books forming the collection,
or on the amount of rolls possessed by the Library.
We ignore as well the exact meaning of the words summigeis and amigeis with the help
of which the collection was physically classified.
And we can only guess about the usage of the famous
catalogues called pínakes. Finally,
to close this heap of doubts, we may mention the
fatal confusion of the Library's end in which are
blended, in strange sequence, the fire caused by
Julius Caesar which devoured part of the
collection, the well known devastation provoked by
the religious intolerance of both Christians and
Muslims, and the negligence of the authorities and
palace functionaries.
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Es probable que su pérdida fuera una
progresiva autodestrucción (consciente o
inconsciente) que brindó, a las generaciones
venideras, la posibilidad de ejercer su libertad
creadora en la reconstrucción de la
Biblioteca. Cada generación, desde un
ángulo metafísico, se transforma en
una "hacedora" de su propia Biblioteca de
Alejandría.
Sin embargo, esta colección enorme de
rollos, nos depara, además, otros hallazgos
no menos asombrosos. La Biblioteca de
Alejandría era también un universo de
intra y de extramuros. Partía de la
necesidad, tal como lo señala Christian
Jacob, de montar una relación entre el
macrocosmos y el microcosmos. Su finalidad
consistía en recopilar la totalidad de los
saberes escritos, preferentemente griegos, en un
solo lugar geográfico. Y luego, a partir de
su identificación, normalización,
clasificación y recensión, producir
nuevos documentos: una segunda naturaleza de
registros textuales. Las relaciones
genéricas y específicas, lo
único y lo plural, la vastedad y la
unicidad, lo homogéneo y lo
heterogéneo, formaban parte de esta
Biblioteca, donde un puñado de eruditos e
investigadores trataba de resumir e indizar el
conocimiento de la Antigüedad.
Este esfuerzo por encerrar los saberes en un
firmamento bibliográfico terminó por convertir a la Biblioteca en una
obra de referencia. Una especie de enciclopedia
donde casi todo, necesaria y prolijamente,
debía estudiarse tras la acumulación.
Esto hizo de ella más un centro de
documentación que una biblioteca. Un
lugar donde se intentó organizar la
información según una cultura ya
pautada por la escritura y la lectura constantes.
La Biblioteca de Alejandría fue un producto
secundario basado en fuentes primarias. Pero
también fue el resultado de una
dinámica relectura de los textos. Tal vez en
ella se elaboraron un conjunto de prácticas
más próximas al mundo de la escritura
y la lectura que las que se ejercen en una
biblioteca actual. Acaso consistió en un
texto con innumerables entradas en su
colección bibliográfica. Una
incertidumbre que nos lleva, irremisiblemente, a
las orillas de una terra ignota.
La Biblioteca era, al parecer, una
colección bibliográfica al servicio
del Museo. Cuando adquirió importancia, tuvo
una dependencia en la colina del barrio Racotis: el
Serapeo. Su finalidad se sustentaba en la variedad
de significados pragmáticos y cognitivos. A
la belleza del conocimiento por el saber mismo se
sumaban tres fines ineludibles: el político,
el religioso y el utilitario.
El objetivo político, ya señalado
por numerosos estudiosos, es obvio: recopilar el
saber escrito para adquirir la información
necesaria para el desarrollo de los intereses
imperialistas de los gobernantes tolomaicos. El fin
religioso es el menos conocido, aunque se sabe que
ocupó un papel muy importante en las
primeras etapas del Museo y de la Biblioteca. El
acceso al conocimiento poseía un
íntimo y estrecho vínculo en el
diálogo del hombre con sus dioses, acaso
vinculado con el culto de Serapis y, en sus
orígenes, con los misterios de Eleusis.
Finalmente, primando el criterio griego, la
noción de belleza en un marco de utilidad,
tal como lo afirmó Platón en Hipias Mayor: "lo bello es útil". La
Biblioteca de Alejandría reunía los
elementos propios de la cultura helenística:
la política, la religión, la
estética, lo práctico y lo
beneficioso.
En esta colección bibliográfica es
realmente significativo el uso que de ella hicieron
los bibliotecarios y los usuarios que la
consultaron. La apropiación de los textos,
tanto en su materialidad como en la esfera
cognitiva, estuvo pautada por una extraordinaria
riqueza y variedad en las prácticas de
lectura y escritura. No se trató pues, en
muchos casos, de colocar los rollos en nichos o
armarios para su mera lectura, casi siempre en voz
alta, en determinadas ocasiones. Otras necesidades
también guiaron a los eruditos. Los textos
fueron sometidos a una gran cantidad de
manipulaciones, que dieron por resultado la
creación de nuevas textualidades
normalizadas según pautas críticas y
filológicas.
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Probably, the loss of the Library was a process
of progressive self-destruction (conscious or
unconscious) which provided later generations with
the possibility of exercising their creative
freedom in its rebuilding. Each generation, from a
metaphysical point of view, became "the builder" of
its own Library of Alexandria.
However, this huge collection of rolls affords
besides, other surprising findings. The Library of
Alexandria was a universe within and outside the
walls. It experienced the need, as Christian Jacob
points out, of establishing a relationship between
the macro and the microcosmos. Its aim consisted in
collecting the whole of the written knowledge,
particularly Greek, in a single geographical place.
Then it aimedthrough identification,
normalization, classification and recensionat
the production of new documents: a second nature
registering texts. The generic and specific
relationships, the single and the multiple, the
vast and the particular, the homogeneous and the
heterogeneous, were a part of this Library where a
few learned and researchers attempted to summarize
and index the knowledge of Antiquity.
These efforts to enclose knowledge within a
bibliographical vault finally turned the Library
into a work of reference. A kind of encyclopaedia
in which almost everything, having been
accumulated, should be necessarily studied with
prolixity. Thus the Library became rather a center
for documentation. A place where the attempt was
made to organize information in accordance with a
culture already patterned by constant writing and
reading. The Library of Alexandria was a secondary
product based on primary sources. But it also was
the result of a dynamic reading of the texts.
Probably, a set of practices were elaborated which
are closer to the world of writing and reading than
those applied in a contemporary library. Perhaps it
consisted of one text with uncountable entries in
its bibliographical collection. This uncertainty
leads us, irremissibly, to the shores of a terra
ignota.
Apparently, the Library was a bibliographical
collection that supported the Museum. Having grown
in importance, it acquired a dependency in the hill
by Rhakotis: the Serapeum. Its purpose was
supported by the variety of pragmatic and cognitive
meanings. To the beauty deriving from knowledge
itself, three unavoidable purposes were added; the
political, the religious, and the utilitarian.
The political aim, already pointed out by a
number of scholars, is obvious: to gather the
written knowledge, and to acquire the necessary
information in order to develop the imperialist
interests of the Ptolemaic rulers. The religious
aim is less known, but it is known that it played
an important role in the first phases of the Museum
and the Library. The access to knowledge was
intimately related to the dialogue between man and
the divinities, and was probably linked to the cult
of Serapis and, originally, to the Eleusinian
Mysteries. Finally, and following the Greek
criteria, there was the notion of beauty in a frame
of utility, as described by Plato in his Hippias
Major: "the beautiful is useful". The Library
of Alexandria gathered the characteristic
components of Hellenistic culture: politics,
religion, aesthetics, and what was practical and
beneficial.
It is really significant the usage that
librarians and other consultants made of this
bibliographical collection. The appropriation of
the texts, both materially and in the cognitive
sphere, reflected an extraordinary wealth and
variety of reading and writing practices. It was
not just a matter of storing the rolls in niches to
allow a mere occasional reading (almost always
aloud). Scholars were also guided by other needs.
The texts were submitted to a large number of
manipulations which resulted in new texts created
with the help of critical and philological
guidelines.
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El trabajo en la Biblioteca adquirió
formas desarrolladas del punto de vista
bibliográfico, ya que los bibliotecarios
llevaron a cabo tareas como la redacción de
catálogos (pínakes), la
edición crítica de numerosos textos
(La Ilíada y La Odisea, entre
otros muchos), la elaboración de signos
críticos (obelós,
semeia, coronís, etc.), la
ordenación, identificación y
fijación de las obras de numerosos
escritores. Una infinidad de tareas que
convirtieron a la Biblioteca de Alejandría
en un consejo editor, precursor del escriptorium medieval o del taller de
impresión renacentista.
Los bibliotecarios, influidos por esta
metatextualidad que había surgido del
constante ejercicio de la lectura y la escritura,
se abocaron a las tareas propias de la
creación, como lo ilustra el famoso poema Las Argonáuticas de Apolonio de
Rodas. De modo que las tareas de edición
dejaron también un amplio lugar a la
elaboración de todo tipo de textos, tanto
literarios como científicos. Las labores
filológicas y críticas tejieron un
imbricado ámbito, dando lugar a una
República de las Letras. República
donde las rencillas por figurar o por obtener los
favores palaciegos tuvieron visos verdaderamente
dramáticos. Esto fue a tal punto que ser un
estudioso de la Biblioteca de Alejandría
constituía en habitar en una Torre de
Marfil. Una especie de Faro de Alejandría
Bibliográfico, que se encontraba más
allá de la cotidianidad y que fuera
satirizado como una jaula que albergaba a una
multitud de pájaros inútiles.
Estas noticias de vanidad literaria nos
posibilitan un conocimiento colateral de la
Biblioteca. No hacen otra cosa que demostrar lo que
sería, metafóricamente, una especie
de atemporalidad histórica. Ya que se
abre la posibilidad de que en la ciudad de
Alejandría haya existido una
colección de libros que fue usada
según pautas y criterios propios de la
modernidad, en cuanto a las prácticas de la
escritura y la lectura.
Las sutilezas de estas representaciones
textuales escapan a nuestra interpretación
moderna, pues los modos y maneras de apropiarse de
los textos fueron distintos a la materialidad que
exigía el rollo de papiro frente a la que
con posterioridad se presentaron ante el
códice. El rollo (volumen) y sus
prácticas lectoras presentan un conjunto de
preguntas de compleja resolución.
¿Cómo se consultaban varios rollos a la
vez? ¿Cuáles eran las técnicas
para marcar y subrayar ciertos pasajes?
¿Qué métodos se aplicaban para
volver a determinados lugares del texto que
exigían una nueva consulta o una relectura
de cotejo? ¿Ya existía una
íntima relación entre la lectura en
voz alta y la silenciosa? ¿Cuáles eran
las posturas que adoptaron los usuarios para los
distintos tipos de lectura, ya eruditas, ya
placenteras? ¿Es posible afirmar que el rollo
de papiro, tal como habitualmente se sostiene,
implicaba una seria limitación en la lectura
frente a la flexibilidad del códice, o acaso
nuestra cultura no nos permite vislumbrar la
variedad de habilidades que se desarrollaron en la
manipulación del rollo como objeto de
lectura?
Es difícil responder a estos
interrogantes, debido a la influencia que hemos
heredado de la civilización impresa. Pero
las preguntas, sin embargo, son válidas. La
Biblioteca de Alejandría, en sentido
figurado, vivió su propia modernidad de
prácticas lectoras en plena Antigüedad,
aunque hoy día ya forman parte del estudio
de la Historia de la Lectura.
Pero la totalidad de lo escrito forma parte de
un viejo anhelo del hombre: poseer el universo
textual. ¿Por qué dar crédito a
una universalidad global en un mundo todavía
signado por los aislamientos geográficos y
las culturas disímiles? Lo que realmente nos
concierne dentro del discurso humano no es tanto la
magnificencia de ciertas realizaciones como el
discurso en sí, la retórica
imaginativa de tener la variedad fragmentaria del
conocimiento en una unidad indivisible que pese a
su revestimiento físico sigue siendo ideal.
El triunfo de la Biblioteca de Alejandría no
radica tanto en su existencia como en su
mítica intencionalidad universalista.
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The Library work developed considerably from the
bibliographical point of view, since the librarians
accomplished tasks such as the establishment of
catalogues (pínakes), critical
editions of many texts (The Iliad and The
Odyssey, among many others), the elaboration of
critical marks (obelos, semeia,
coronis, etc.), and the arrangement,
identification and fixation of the works of many
authors. An endless number of tasks which turned
the Library of Alexandria into an editing council,
forerunner of the mediaeval escriptorium, or
the printing work-shop of the Renaissance.
The librarians, influenced by the
metatexts that had emerged from the constant
reading and writing practices, devoted themselves
to creative tasks, as may be illustrated by
Apollonius Rhodius' famous poem Argonautica.
Thus the editing tasks made ample allowance for the
elaboration of any kind of texts, both literary and
scientific. The philological and critical tasks
created a complex space where a Republic of Letters
appeared, in which competitiveness, and the desire
to obtain the favours of the Palace, reached a
dramatic outlook. This happened to such an extent
that to study at the Library of Alexandria could be
equalled to inhabiting an Ivory Tower. It was like
a kind of Bibliographical Lighthouse of Alexandria,
which existed beyond normal life, being satirized
as a cage populated by idle birds.
These accounts of literary vanity allow us to
acquaint ourselves with another side of the
Library. They appear to demonstrate what could be,
metaphorically, a sort of historical
atemporality, since a collection of books could
have existed in the city of Alexandria that was
used in modern ways with regard to writing and
reading practices.
The subtleties of these textual representations
escape our modern interpretation, because the modes
and ways of appropriating the texts were different
from the materiality demanded by the papyrus roll,
later replaced by the codex. The roll (volume) and
its reading practices raise a number of questions
difficult to solve. How were several rolls
consulted simultaneously? Which techniques were
employed to mark or underline certain passages?
Which were the methods applied to return to certain
places in the text demanding a renewed
consultation, or a comparative reading? Did it
exist already an intimate relationship between loud
and silent reading? Which were the postures that
readers assumed, depending on the kind of reading,
either for studying or for pleasure? Is it possible
to affirm (as is usually asserted) that the papyrus
roll implied a serious limitation if compared with
the flexibility of the codex, or is it so that our
culture does not allow us to catch a glimpse of the
multiple abilities that were developed for
manipulating the roll as a reading object?
It is difficult to answer these questions, being
as we are under the influence of a civilization
that relies on the printed word. Nevertheless,
these are valid questions. The Library of
Alexandria, figuratively speaking, lived its own
modernity of the reading practices in the midst of
Antiquity, even if today they form part of the
History of Reading.
But to possess the whole universe of what have
been written is part of an old human desire. Why
trust in a global universality if the world still
appears divided into isolated geographical regions
and different cultures? What really concerns us
with regard to the human discourse is not so much
the magnificence of certain achievements but the
discourse itself, the rhetorical imagination that
purposes to possess the fragmentary variety of
knowledge turning it into an indivisible unity,
which, despite its physical attire, continues to be
ideal. The triumph of the Library of Alexandria
resides less in its existence than in its mythical
and universalist intention.
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El mérito de esta intencionalidad no es
menor. Representó una vocación de
control bibliográfico que motivó
otras iniciativas futuras, aunque separadas por un
hiato temporal de dos mil años. Un eco
librario cuyas últimas vibraciones fueron
retomadas en siglo XIX cuando, en 1895, Paul Otlet
y Henri La Fontaine, propusieron la creación
del Instituto Internacional de Bibliografía:
un intento romántico, anticipatorio y
desesperado por registrar y clasificar,
según normas internacionales
(Clasificación Decimal Universal), la
producción impresa mundial. Otros intentos,
ya enmarcados en el siglo XX, aunque también
signados por la imposibilidad, lo constituyen las
colecciones de las grandes megabibliotecas,
representadas por los millones de libros de la
Library of Congress, del British Museum, de la
Bibliothèque National de France, de la
Biblioteca de la Universidad de Harvard y de la New
York Public Library.
Luego, en nuestro vertiginoso presente del siglo
XXI, la quimera del registro bibliográfico
planetario trasciende a nuevos ámbitos,
gracias a la red infinita de los catálogos
en línea (OPACs) y a la arrolladora
voracidad de la Internet. La vieja ilusión
de dominar el conjunto de los textos producidos por
el hombre podría transformarse en una
realidad en pocas décadas.
Hoy nos encontramos ante un dilema de angustiosa
resolución. La humanidad, por
reducción a un absurdo casi inexplicable,
adquiere, día a día, un pensamiento
meramente funcional y operativo. De modo tal que si
el hombre llegara a gobernar el mundo de la
información por intermedio de las nuevas
tecnologías de comunicación,
podría alterar con su complejidad el
equilibrio que debe existir entre dominar el
conocimiento y la necesidad de ampararse bajo la
sabiduría que nos brinda el simple hecho de
vivir.
¿Habrá ocurrido lo mismo con la
Biblioteca de Alejandría? ¿Habrá
sido necesaria su destrucción para que
resurgieran otros impulsos civilizadores? Puede
ser, y eso nos llevaría a admitir que
gracias a la desaparición de esta Biblioteca
única tuvimos el coraje, a través de
las centurias, de construir nuevas utopías
bibliográficas similares. El dominador del
conocimiento habría sido sucedido por su
más fiel explorador.
Si la Biblioteca de Alejandría no hubiese
desaparecido, su ideal de colección
universal acaso habría sido destruido para
siempre..., y sólo la recordaríamos
como una Biblioteca que se desvaneció en los
portales del tiempo. De alguna manera, su
destrucción--como la del ave Fénix de
Heliópolis--llevaba en las entrañas
el germen de la resurrección perpetua.
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The merit of that intention is not a minor one.
It represented a vocation of bibliographic control
that motivated other future initiatives, even
though these may be separated in time by two
thousand years. The last vibrations of their echo
were resumed in the 19th century when, in 1895,
Paul Otlet y Henri La Fontaine, suggested the
creation of the Institut International de
Bibliographie: a romantic attempt, anticipatory and
eager to register and classify, in accordance with
international standards (Universal Decimal
Classification), the world's printed production.
Other attempts during the 20th century (also
impossible) are the collections of the
megalibraries: the millions of books in the Library
of Congress, the British Museum, the
Bibliothèque National de France, the
University Library at Harvard, and the New York
Public Library.
Later, in our vertiginous 21st century, the
chimaera of the planetarian bibliographical archive
enters new spaces, thanks to the infinite network
of on line catalogues (OPACs), and the overwhelming
voracity of the Internet. The ancient illusion of
controlling the totality of all texts could become
a reality in the course of a few decades.
Today we confront a dilemma, not without
angst. For inexplicable reasons, humanity
seems to rely increasingly on a modality of thought
that is merely functional and operative. But if man
could finally govern, through the new communication
technologies, the world of information, he could
also let their complexity upset the balance that
should exist between knowledge and the wisdom that
derives from the simple facts of life.
Could something like this have happened to the
Library of Alexandria? Was its destruction
necessary to allow the appearance of other
civilizing impulses? Perhaps; and if it did happen
in that way, we would have to admit that the
disappearance of this unique Library gave us the
courage to build, in the course of centuries, new
and similar bibliographical utopias. The 'ruler of
knowledge' would then have been succeeded by its
most faithful explorer.
If the Library had survived, its ideal of an
universal collection might have been destroyed
forever, and we just would remember it as a Library
that vanished beyond the gates of time. Somewhat
its destructionlike that of the bird Phoenix
in Heliopolisbore the seed of perpetual
resurrection.
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Alejandro
E. Parada.
Investigador del Instituto de Investigaciones
Bibliotecológicas de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires. Secretario de Redacción de la
revista 'Información, Cultura y Sociedad'
especializada en Bibliotecología y Ciencia
de la Información. Jefe de la Biblioteca de
la Academia Argentina de Letras.
© 2004, Alejandro E. Parada
Reproducido con autorización del autor.
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